¡Buenos
días!
Empezamos
nuestra oración haciendo silencio por dentro y por fuera, que nada ni nadie nos
distraiga en este momento tan importante.
Vamos
dejando nuestro cuerpo cada vez más quieto. Nos sentamos correctamente, nuestra
espalda recta, los pies tocando el suelo, enraizados con nuestro planeta que es
regalo de Dios.
Cerramos
nuestros ojos, y ponemos toda nuestra atención en la respiración… Cogemos aire,
lo soltamos despacito… (3 veces).
EN EL
NOMBRE DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO…
Comenzamos
la oración de la mañana con la lectura del Evangelio de San Juan:
En aquel tiempo, Jesús se apareció otra
vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera:
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado
el Mellizo; Natanael, el de Caná de Galilea; los Zebedeos y otros dos
discípulos suyos.
Simón Pedro les dice: “Me voy a pescar”.
Ellos contestan: “Vamos también nosotros
contigo”.
Salieron y se embarcaron; y aquella noche
no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla;
pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice: “Muchachos, ¿tenéis
pescado?”.
Ellos contestaron: “No”.
Él les dice: “Echad la red a la derecha de
la barca y encontraréis”.
La echaron, y no podían sacarla, por la
multitud de peces. Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro: “Es
el Señor”.
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que
estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la
barca, porque no distaban de tierra más que unos doscientos codos, remolcando
la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto
encima y pan.
Jesús les dice: “Traed de los peces
que acabáis de coger”.
Simón Pedro subió a la barca y arrastró
hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y
aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice: “Vamos, almorzad”.
Ninguno de los discípulos se atrevía a
preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca,
toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.
Este fragmento del Evangelio nos muestra
cómo Jesús se aparece a sus discípulos después de resucitar, en un momento en
que estaban pescando sin éxito toda la noche.
La escena nos cuenta que, incluso en
momentos de dificultad, Jesús está presente y dispuesto a ayudarnos.
Cuando los discípulos no logran pescar
nada, Jesús les dice que echen la red y, milagrosamente, consiguen una gran
cantidad de peces, ¡ciento cincuenta y tres!
Este detalle nos enseña que, con fe y
confianza en Jesús, podemos lograr cosas que parecen imposibles. Además, Jesús
prepara un desayuno para ellos, mostrando su amor y cuidado.
La presencia de Jesús en esta historia nos
invita a confiar en Él, especialmente en momentos difíciles o de incertidumbre.
Nos recuerda que no estamos solos y que, si seguimos sus enseñanzas y confiamos
en su ayuda, podemos superar obstáculos y encontrar paz y alegría. La historia
también nos invita a valorar la amistad y la comunidad, porque Jesús siempre
está con nosotros, guiándonos y cuidándonos en cada paso.
Hoy, Señor, te pedimos que nos ayudes a
confiar en tu amor y a seguir tus enseñanzas, especialmente cuando enfrentamos
obstáculos o dudas.
Y pedimos por nuestros compañeros que hoy
cumplen años.
Terminamos la oración EN EL NOMBRE DEL
PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO…
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