¡Buenos
días!
Empezamos
nuestra oración haciendo silencio por dentro y por fuera, que nada ni nadie nos
distraiga en este momento tan importante.
Vamos
dejando nuestro cuerpo cada vez más quieto. Nos sentamos correctamente, nuestra
espalda recta, los pies tocando el suelo, enraizados con nuestro planeta que es
regalo de Dios.
Cerramos
nuestros ojos, y ponemos toda nuestra atención en la respiración… Cogemos aire,
lo soltamos despacito… (3 veces).
EN EL
NOMBRE DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO…
Comenzamos
la mañana escuchando este cuento:
En un pueblo pequeño, todos se preparaban para la llegada de un gran
Rey. Las familias limpiaban sus casas, colgaban adornos y dejaban las calles
impecables. Pero Miguel, un chico de 15 años, pensaba de otra manera:
—Si viene alguien tan importante,
yo quiero hacer algo que realmente valga la pena —se dijo.
En lugar de enfocarse en decorar, Miguel empezó a ayudar a quien lo
necesitara. Cada día encontraba una forma distinta de servir: llevaba agua a
una anciana que vivía sola, recogía flores para una vendedora que apenas podía
caminar, arreglaba grietas en las aceras, pintaba paredes desgastadas, y hasta
ayudaba en la cocina comunitaria cuando se preparaba la comida para la
celebración.
Cuando el Rey por fin llegó, quedó impresionado por cómo lucía el
pueblo: ordenado, colorido y lleno de vida. Empezó a preguntar qué había hecho
cada persona. Y todos, sin excepción, mencionaban a Miguel:
—Miguel me ayudó con las flores.
—Miguel arregló la acera.
—Miguel pintó mi fachada.
—Miguel cargó las tinajas de agua.
—Miguel estuvo conmigo en la cocina…
El Rey, intrigado, lo buscó entre la multitud. Cuando por fin lo
encontró, le dijo:
—De todos los regalos que he
recibido hoy, el más valioso es el tuyo: No me diste algo material, sino tu
tiempo, tu esfuerzo y tu corazón dispuesto a ayudar. Tú hiciste más que
preparar el pueblo… lo llenaste de amor.
Miguel se sorprendió; él solo había hecho lo que le nacía hacer. Pero
las palabras del Rey le hicieron ver algo importante: a veces, los gestos más
simples son los que más impactan.
El Rey añadió:
—Cuando alguien se entrega de
verdad a los demás, ya está haciendo el mejor regalo posible.
Desde ese día, Miguel entendió que en los momentos de espera —y en la
vida en general— lo esencial no son las grandes decoraciones ni las
apariencias, sino la manera en que uno se entrega a los demás con generosidad y
auténtica humanidad.
¿En qué momentos has sentido que tus acciones, como las de Miguel, han
contribuido a mejorar o transformar el ambiente a tu alrededor?
En este cuarto día de Adviento, colocamos
un nuevo propósito:
Observa
las huellas del Reino de Dios a tu alrededor.
Terminamos la oración EN EL NOMBRE DEL
PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO…
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